En esta cinta, Cruise protagoniza, junto a Henry Cavill, un salto HALO (High Altitude Low Opening) a más de 30 kilómetros arriba de la superficie terrestre. Es una maldita locura. Pero aún más demente es cómo filmaron el salto: el reconocido fotógrafo aéreo Craig O’Brien grabó el salto amarrando un lente IMAX a su casco. Todo se siente pulcro y real. Al punto en que, cuando llegas al trepidante final de la cinta, con un cronómetro en una bomba nuclear en Cachemira y Tom Cruise saltando de un helicóptero en movimiento a otro, ya nada te sorprende.
Como un recuerdo de las más pura locura de acción noventera, esta cinta no se preocupa mucho por el fondo y se deja llevar por las persecuciones en motocicleta, las madrizas interminables (incluyendo una secuencia en un baño que le hace todo el honor al primer James Bond de Daniel Craig) y la acción cada vez más alucinante. El resultado no nada más es divertido sino que es extrañamente refrescante.
Hace tiempo que no veía una buena película de acción como antaño se hacían, hace tiempo que no sentía que podían existir grandes héroes de acción, hace tiempo que no experimentaba vértigo real y suspenso al filo del asiento. Mission: Impossible – Fallout es una película hueca, mal escrita, banal y, si se quiere, totalmente estúpida. Al mismo tiempo, está fabricada con precisión de relojero, un gusto hermoso para filmar películas de acción y un exuberante sentido de sus propias posibilidades.
En ese sentido, es todo lo que necesita ser una buena película de acción: Fallout se basta a sí misma y destruye toda posibilidad de una crítica más profunda. Esto es diversión que se entiende como tal, que se hizo como tal y que vivirá en el recuerdo como una de las últimas grandes cintas de acción de nuestra generación.




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